Augusto R. Cortazar
Nacimiento
Los ranchos de
apariencia más humilde, en remotos lugares de valles y sierras, llanuras y
montes rebosan de criaturas. Factores biológicos y espirituales impulsan a los
padres a ser prolíficos, pero no faltan las razones económicas: los niños
ayudan en las faenas diarias desde tierna edad y son la esperanza de apoyo en
la vejez. Aunque recibidos a veces con indiferencia y criados con descuido, los
hijos son esperados como un bien. La mujer sabe que si es estéril se
desvalorizará en el concepto social, pues es peor considerada la "machorra"
que la madre fecunda, aun cuando su unión matrimonial no fuera legítima. Las
esposas que temen un fracaso acuden, tanto a novenas y promesas, como a
prácticas que, bajo apariencia de terapéuticas son esencialmente mágicas: al
carnear una oveja o llama fecundada, por ejemplo, buscan los fetos porque el
ingerirlos "fortifica la matriz". Las vendedoras de yuyos y polvos en
las ferias y mercados del Noroeste suelen ofrecerlos salados y secos con el
mismo fin. Cuando la
esposa adquiere la certeza de que su aspiración se ha cumplido, puede
permitirse el lujo de expresar sus antojos. Son deseos vehementes de saborear o
poseer determinadas cosas, que el marido y parientes buscarán procurárselas, no
sólo por la consideración especial que suscita una mujer en tal estado, sino
para prevenir que la criatura nazca con manchas o defectos físicos que
trasluzcan el antojo no satisfecho. El
alumbramiento no es por lo común, para las madres, un suceso trascendental y
conmovedor. Se acompasa mas bien con lo natural del fenómeno que el ganado y
los animales domésticos muestran a diario. No es raro que la mujer que ha ido
al cerro tras su rebaño o al monte a sus quehaceres tenga familia en pleno campo.
Por cuarenta días llevará la madre la cabeza envuelta, pues se considera
imprudencia, que puede ser mortal, el lavarse el cabello durante ese lapso. Con
la llegada del hijo se produce acaso en la familia una alteración de pocos
días; el niño inicia su vida en rústicas cunas, que no son comúnmente mas que
simples cueros de oveja o bien cajones o canastos que suelen colgarse, o viejos
ponchos plegados sobre tientos sujetos a dos fuertes estacas. Cuando reanuda la
madre sus actividades normales lleva consigo a la criatura; en el Noroeste
acostumbran cargada suspendida a la espalda por el rebozo, anudado sobre el
pecho, y a cuyos pliegues se amolda el cuerpecito: se dice que la guagua va
quepida o gualida. Cuando puede tenerse en pie pasa de la cuna a la tuncuna,
hoyo o pequeño pozo tapizado con cueros y frazadas en el cual se introduce a la
criatura, que fortalece allí sus piernecitas y está segura mientras la madre
atiende sus ocupaciones caseras. Se le ponen al alcance de la mano trocitos de
pan o de charqui con los que juega, endurece las encías y "engaña el
estómago"; por momentos apoya la cabecita en el borde acolchado de la
tuncuna y olvida su cautiverio en alas del sueño.
Fuente Augusto R. Cortazar, Usos y costumbres, disponible en
http://www.edisalta.ar/usosycostumbres.html