lunes, 21 de septiembre de 2020

En recuerdo del Maestro

 

En recuerdo del Maestro

Dr. Augusto Raúl Cortazar

(1910 – 2010) 

 Lidia Cristina Schärer


En oportunidad de dar inicio a este blog, que nace en el seno de Amigos del Dr. Augusto Raúl Cortazar (Asociación Simple), quiero evocarlo como discípula del Maestro, como tal: el Maestro.

Me permito iniciar este recuerdo con las palabras de Khalil Gibran:

 

“El maestro que camina a la sombra del templo, en medio de sus discípulos, no les da de su sabiduría, sino, más bien, de su fe y de su afecto. Si realmente es sabio, no os pedirá que penetréis en la casa de su sabiduría, sino que os guiará, más bien hasta el umbral de vuestro propio espíritu”[1]. (Gibran, 1974, p.63)

 

Sin lugar a dudas el Dr. Cortazar ha sido este Maestro del que habla el poeta. Sus enseñanzas, su ejemplo de integridad trazaron un camino. En lo personal significó un profundo cambio en lo que sería mi desarrollo profesional, cada charla con él, cada lectura sugerida me fueron fortaleciendo, porque en cada circunstancia estaba el impulso del Maestro.

Desde el hoy al mirar hacia aquellos días les digo sin titubeos, que como expresara Gandhi: el verdadero libro de texto para un alumno es su maestro”.

Como educador que era, me había presentado los hechos difíciles de manera que parecieran fáciles, inculcando en ello el amor a la investigación seria y profunda; la valoración del trabajo de campo, como ese contacto vívido y vivificante con la comunidad y sus miembros y el aprender a mirar y ver la realidad de los fenómenos sin negación o prejuicios.

Entre los legados del Maestro, hay un tema recurrente en toda su obra, y es el contacto directo con el pueblo protagonista incuestionable de la acción; hoy esa acción transcurre en el escenario de la globalización donde las problemáticas locales se entrecruzan con la interculturalidad y la multiculturalidad formando parte del proyecto de sociedad[2].

 

También es cierto que las culturas descriptas por el Dr. Cortazar están muy lejos de estas otras que nos provee la modernidad líquida” al decir de Bauman[3], que han sido apoderadas “por el síndrome de la aceleración” o el “síndrome de la impaciencia”; ya hoy no nos planteamos la cultura urbana como opuesta a la cultura rural sino por el contrario el escenario son cruces de fronteras donde la reconversión no es solo económica sino también simbólica. Esta escena nos habla de progresiva permeabilidad, confrontación entre culturas, sensibilidades distintas. En este orden de transculturización el “lugar preciso es un lugar movedizo”. 

Todos acordamos que estamos en un mundo sobresaturado de información, que quienes somos docentes tenemos el desafío de preparar a las próximas generaciones para vivir en este mundo, en el cual la educación es una mercancía concebida para ser consumida y descartada. Aun así y en este tiempo en especial, donde una pandemia azota la humanidad y pone en discusión todos los saberes, surge más fortalecido el legado; el Maestro me enseñó a creer en ese proceso y en ese reto continuo que es el transmitir.

Y es justamente por ello que quiero compartir con ustedes, las palabras del joven Matías Cantarelo, en ocasión de un trabajo realizado para una de mis cátedras:

 

“[…] me atrevo a relacionar a Augé con Cortazar al contemplar sus desafíos, objetivos y/o anhelos humanistas: sus investigaciones finalizan con ello, con la importancia de dar lugar a las expresiones de la otredad. Hago esta especial indicación ya que no me resultan ser indiferentes los finales propuestos por ambos autores. En ambos casos llevan su punto máximo al final del texto, como acabar una pieza musical buscando hacer eco y en, ni nada más ni nada menos, una responsabilidad que involucra a todas las persona”[4]. 

Como he dicho, en este desafío resuenan una vez más las palabras del Maestro:

 

“Sería inútil que yo tratara de explicarles aquí a quienes no hayan sentido en lo más profundo del alma la fuerza de una vocación, el atractivo irresistible de un ideal, el amor auténtico hacia la ciencia desinteresada y pura, en cuyas aras se consagra la vida”[5].

 



[1] Khalil Gibran, El Profeta, Bs.As.  Utopía Editora, 1974, p. 63.

[2] Lidia C. Schärer, “Las marcas de la cultura en nosotros y los otros”, en Irene Accarini (Coord.), Arte y Psicoanálisis. Los trastornos de la cultura., Bs. As., EDUNTREF, 2009: 83-87.

[3] Zygmunt Bauman Los retos de la educación en la modernidad líquida, Barcelona, Ed. Gedisa, 2007.

[4] Matías Cantarelo. Comunicación Personal. 30/08/20. (Estudiante de Etnomusicología, Conservatorio Manuel de Falla, CABA)

[5] Augusto R. Cortazar, Andanzas de un folklorista, Bs. As., Eudeba, 1964. p. 90.